Siempre
que regreso a Deauville
pienso
en esa muchacha
de la mirada eterna
que
me tomó de la mano
mientras
caminábamos por la playa
y
me llevó al cielo;
y
que un día sin avisar
regresó
a ese paraíso perdido
que
es el olvido.
Llevo
en mi memoria
sus
palabras de amor,
la
caricia inesperada,
la
fría limonada a las tres de la tarde,
ella
corriendo por la playa,
su
bikini azul,
sus
eternos besos,
el
triste adiós,
el
último abrazo,
su
olor inolvidable
y
su amor que todavía me sigue.
Aún
hoy,
cuando
pienso en Deauville,
me
pregunto
cuál
era el nombre
de
esa muchacha del bikini azul
que
una tarde soñó conmigo el cielo.